Introducción a la Sociobiología de EO Wilson: ¿La Biologización de las Humanidades?
El presente blog post tiene como columna vertebral el prefacio de la edición de la Sociobiología de Edward O Wilson en su edición del año 2000 [1] quien la mayor parte de su carrera trabajo como profesor y autor de la Universidad de Harvard. Se le considera como uno de los biólogos más influyentes de nuestros tiempos. Su principal campo de estudio fueron las hormigas y extendió el estudio de su comportamiento social al de los vertebrados, lo cual se cristalizó en libro “La Sociobiología: La Nueva Síntesis” cuyos prefacio del año 2000 [1] y el primer capítulo (La moralidad del Gen) del mismo libro pero en su primera edición de 1975 [2], son reseñados en el presente escrito, complementado con otras fuentes bibliográficas. Se aprovecha para hacerle un homenaje a este autor quien hace poco murió pues vivió entre el 10-Jun-1929 y el 26-Dic-2021.
Reseña del Prefacio a la edición del año 2000 de la Sociobiología de EO Wilson
La sociobiología fue construida como una disciplina coherente en el libro de EO Wilson “Sociobiology: The New Synthesis” [2]. Pero se concibió originalmente en un libro de 1971 del mismo autor llamado “Las Sociedades de los Insectos” [3] como una unión entre la entomología (estudio de los insectos) y la biología de poblaciones [1].
Además, se conocían más de 12,000 especies de insectos sociales que estaban disponibles para estudios comparativos para probar la adaptabilidad de la vida colonial, una gran ventaja sobre los vertebrados que tienen, relativamente poca cantidad de especies, y de los cuales solo se sabe que unos pocos cientos exhiben una organización social notable. Y finalmente, debido a que los insectos sociales obedecen a instintos rígidos, hay poca interacción entre la herencia y el ambiente, la cual sí puede dificultar el estudio del comportamiento de los vertebrados [1].
¿Y las sociedades de vertebrados? En el último capítulo de “Las Sociedades de los Insectos” [3], titulado “La perspectiva de una sociobiología unificada”, EO Wilson hizo proyección optimista para combinar los dos grandes grupos: a pesar de la lejanía filogenética de vertebrados e insectos y la distinción básica entre sus respectivas relaciones y sistemas impersonales de comunicación, estos dos grupos de animales han desarrollado comportamientos sociales que son similares en grado y complejidad, y convergentes en muchos detalles importantes. Este hecho transmite una promesa especial de que la sociobiología puede eventualmente derivarse de los principios de la biología poblacional y del comportamiento, y desarrollarse en una sola ciencia madura. Entonces se puede esperar que la disciplina aumente nuestra comprensión de las cualidades únicas del comportamiento social en los animales no humanos en comparación con las del hombre [1].
A aquellos que eligieron leer la Sociobiología de EO Wilson de esta manera les importaba poco que el reduccionismo es una de las principales herramientas de la ciencia. Aquí hay que hacer una aclaración sobre los tipos de reduccionismo. El reduccionismo codicioso, identificado por Daniel Dennett, en su libro de 1995 “La peligrosa idea de Darwin: evolución y significados de la vida” [5], es un reduccionismo erróneo que subestima lo complejo de lo que se está explicando, saltándose niveles completos de complejidad. Mientras que el reduccionismo "bueno" significa explicar una cosa en términos de lo que se reduce (por ejemplo, sus partes y sus interacciones). En su libro “El Gen Egoísta” [6], cuando habla de los seres vivos somos máquinas de supervivencia, Richard Dawkins aclara aún más la diferencia entre buen reduccionismo y aquel codicioso:
En el anterior párrafo también se habla de la tabula rasa como la una idea preponderante en los marxistas. El concepto de la tabula rasa es fácil de explicar [8, 9]. Sus defensores dicen que nuestro cerebro llega al mundo como un pizarrón en blanco en el cual la cultura es la única que escribe para moldear nuestro comportamiento sin reconocer que llegamos al mundo con “características” de fábrica. Es decir, los defensores de esta idea de la tabula rasa no son interaccionistas pues sostienen los Marxistas por ejemplo que los humanos no tenemos instintos cuando es obvio que al igual que otros animales, sí los tenemos. Es obvio que no venimos con el cerebro totalmente en blanco. Lo que pasa es que si fuéramos a hacer una simulación computarizada para lograr una sociedad igualitaria como a la que aspiran los Marxistas, ayudaría mucho que todos partiéramos de cero, como una tábula rasa y por eso a intelectuales marxistas como Lewontin, Steven Rose, and Leon J. Kamin quienes expusieron esto en su libro “No está en Nuestros Genes” [10] se fueron en contra de las ideas sobre el comportamiento humana expuestas en la Sociobiología de Wilson [1, 2].
Sin embargo, en la década de 1970, cuando la controversia sobre la sociobiología humana aún estaba al rojo vivo, miembros de la nueva izquierda se unieron a los viejos marxistas y los fortalecieron en gran medida en una segunda objeción, esta vez centrada en la justicia social. Si los genes prescriben la naturaleza humana, dijeron, entonces también podrían existir diferencias erradicables en la personalidad y la capacidad de las personas. Tal posibilidad no puede ser tolerada. Al menos, su discusión no puede ser tolerada, dijeron los críticos, porque inclina el pensamiento hacia una pendiente resbaladiza por la cual la humanidad desciende fácilmente al racismo, el sexismo, la opresión de clase, el colonialismo y, quizás lo peor de todo, ¡al capitalismo! Al final del siglo XX, esta disputa ya había sido resuelta. La variación basada genéticamente en la personalidad y la inteligencia individuales se ha demostrado de manera concluyente, aunque las diferencias raciales estadísticas, si las hay, siguen sin probarse. Al mismo tiempo, todos los males proyectados excepto, el capitalismo, han comenzado a disminuir en todo el mundo. Ninguno de los cambios puede atribuirse a la genética del comportamiento humano o a la Sociobiología. El capitalismo aún puede caer: - ¿quién puede predecir la historia? - pero, dada la abrumadora evidencia disponible, el marco hereditario de la naturaleza humana parece permanentemente seguro [1].
En cuanto a la sinonimia entre Sociobiología Humana y Psicología Evolucionista hay que hacer una anotación. El nacimiento oficial de la Psicología Evolucionista lo marca la publicación del libro “La Mente Adaptada” [15] en 1992. Toma los principios de la sociobiología y los combina con una forma cognitiva de ver la mente, en particular en cuanto a su modularidad. La idea es la mente tiene diferentes módulos para resolver diferentes problemas. Estos módulos no necesariamente están dispuestos de forma discreta en diferentes partes del cerebro de modo que sería muy difícil localizarlos precisamente. Pero esta es la idea de la psicología cognitiva (teoría computacional de la mente): el cerebro es el hardware, el sistema operativo (windows) es la mente y cada aplicación o programa es un módulo para resolver diferentes problemas. Esta forma modular de ver la mente es lo que Lance Workman (profesor de psicología de la University of South Whales) y Will Reader (profesor de psicología de la Sheffield Hallam University) del Reino Unido llaman la escuela de Santa Barbara [16] para separar las dos acepciones del término Psicología Evolucionista; en una versión general se trata de entender la relación entre evolución y comportamiento. En este último sentido sería equiparable a la Sociobiología. Pero cuando se involucra modularidad de la mente, concepto propio de la psicología cognitiva, entonces se habla de la escuela de Santa Barbara (Universidad de California en Santa Bárbara: UCSB). En esta forma específica de ver la Psicología Evolucionista son muy importantes científicos como John Tooby, Leda Cosmides, David Buss, Robert Kurzban, Steven Pinker y Jerome Barkow [16].
Según lo explica EO Wilson en la edición del año 2000 de la Sociobiología [1] hay un amplio e inexplorado dominio entre las humanidades y la biología que promete muchos descubrimientos. Entre las disciplinas fronterizas que están explorando en este dominio desde el lado de las ciencias naturales tenemos:
- Las neurociencias: Mapea la actividad cerebral con una resolución cada vez más precisa en el espacio y el tiempo. Ahora se pueden rastrear vías neuronales, algunas correlacionadas con patrones de pensamiento complejos y sofisticados. Los trastornos mentales se diagnostican rutinariamente por este medio, y los efectos de drogas, fármacos, hormonas y/o neurotransmisores se pueden evaluar casi directamente. Los neurocientíficos son capaces de construir réplicas de la actividad mental que, aunque todavía son bastante incompletas, van mucho más allá de las especulaciones filosóficas del pasado. Luego pueden coordinarlos con experimentos y modelos de la psicología cognitiva. Como resultado, las ciencias del cerebro pueden ayudar a cerrar una de las mayores brechas del terreno intelectual; la que existe entre el cuerpo y la mente. Es decir, este es otro puente entre biología y humanidades: Neurociencias Cognitivas que son la suma de neurobiología y cognitivismo que es la rama dominante actualmente de la psicología la cual es parte de las humanidades. Steven Pinker, importantísimo profesor de Harvard, quien como ya se dijo, es una figura clave en la Psicología Evolucionista, dice en su libro “Como Funciona la Mente” [17, 18] que lo psicólogos cognitivistas y los neurocientíficos están cavando de partes opuestas del túnel y que pronto se encontrarán, constituyendo una especie a “Neuropsicología Cognitiva”, diría yo.
-
En genética humana, con secuencias de pares de bases y mapas genéticos muy
avanzados y casi completos (el proyecto de mapeo del genoma humano se completó
en 2003 y ahora sigue la gigantesca tarea de develar el proteoma humano) se ha
abierto un enfoque directo a la herencia del comportamiento humano. Aunque una
genómica total, que incluya los pasos moleculares de la epigénesis y las normas
de reacción en la interacción gen-ambiente, aún está lejos. Pero se están desarrollando
los medios técnicos para lograrlo. Una gran parte de la investigación en
biología molecular y celular se dedica a ese fin. Las implicaciones para la
unión del conocimiento o Consiliencia [19, 20] son profundas: cada
avance en la genómica neuropsicológica reduce aún más la brecha entre la mente
y el cuerpo [1].
El significado de la naturaleza humana es alcanzable en las disciplinas fronterizas. Hemos llegado a entender que la naturaleza humana no está determinada totalmente por los genes. Tampoco son los universales culturales, como los tabúes del incesto y los ritos de iniciación. Más bien, la naturaleza humana son las reglas epigenéticas, las cuales según Wilson son el cableado neuronal basado genéticamente que simplemente predispone al cerebro a favorecer ciertos tipos de acción [22]. Estas reglas son los sesgos genéticos en la forma en que nuestros sentidos perciben el mundo, la codificación simbólica mediante la cual nuestros cerebros lo representan, las opciones a la cuales nos abrimos y las respuestas que encontramos más fáciles y gratificantes de dar. En formas que se están aclarando a nivel fisiológico e incluso en algunos casos a nivel genético, las reglas epigenéticas alteran la forma en que vemos y clasificamos intrínsecamente el color, nos llevan a evaluar la estética del diseño artístico según formas abstractas elementales y el grado de complejidad. Nos llevan diferencialmente a adquirir miedos y fobias acerca de los peligros en el entorno antiguo de la humanidad (como las serpientes y las alturas), a comunicarnos con ciertas expresiones faciales y formas de lenguaje corporal, a vincularnos con los bebés, a vincularnos conyugalmente, y así sucesivamente. La mayoría de estas reglas son evidentemente muy antiguas, datan de millones de años en la ascendencia de los mamíferos. Otros, como los pasos ontogenéticos del desarrollo lingüístico en los niños (explorado por Steven Pinker como como un instinto que se ve modificado con el aprendizaje [23]) , son exclusivamente humanos y probablemente tengan solo cientos de miles de años [1].
Las reglas epigenéticas, del modo como las ve EO Wilson [22] han sido objeto de muchos estudios durante el último cuarto de siglo XX en biología y ciencias sociales, revisadas por ejemplo los ensayos extendidos de Wilson sobre la naturaleza humana [24] y Consilience: La Unificación del Conocimiento [19, 20], como también en el ya mencionado libro “La Mente Adaptada” editado por Jerome L. Barkow et al. en 1992 [15]. Este cuerpo de evidencia pone de manifiesto que, en la creación de la naturaleza humana, la evolución genética y la evolución cultural juntas han producido un producto estrechamente entrelazado. Apenas estamos comenzando a tener una idea de cómo funciona el proceso. Sabemos que la evolución cultural está sesgada sustancialmente por la biología y que la evolución biológica del cerebro, especialmente la neocortex (conocido en ciencias médicas simplemente como corteza cerebral), se ha producido en un contexto social, pues nuestro nicho, además del ambiente físico, incluye el social, de modo que la interacción con otros humanos ha sido un aspecto muy importante, dándole forma a nuestra psicología en general y en particular a nuestra habilidad de “leer la mente” de los demás (nuestra habilidad de atribuir pensamientos, sentimientos, creencias y deseos a otros) de modo que hoy, el desarrollo psicológico de los humanos depende de la presencia de otros humanos para que el mismo se dé normalmente y esta necesidad de “leer la mente” explica, al menos en parte, la evolución de cerebros grandes como los de nuestra especie [25]. Pero los principios y los detalles son el gran desafío de las disciplinas fronterizas emergentes que acabamos de describir. El proceso exacto de coevolución gen-cultura es el problema central de las humanidades, y es uno de los grandes enigmas remanentes de las ciencias naturales. Resolverlo es el medio obvio por el cual las grandes ramas del aprendizaje pueden unirse de manera fundamental [1].
Durante la última parte del siglo XX EO Wilson se dedicó, entre otras disciplinas, a la biología de la conservación, la cual ha resultado ser más ligada a la sociobiología humana de lo inicialmente pensado. La naturaleza humana - las reglas epigenéticas - no se originaron en las ciudades y las tierras de cultivo, pues estas últimas serían demasiado recientes en la historia humana para haber impulsado cantidades significativas de evolución genética. El vínculo habría sido, en una escala de tiempo evolutivo, abruptamente debilitado por la invención y expansión de la agricultura y luego casi borrado por la implosión de una gran parte de la población agrícola en las ciudades durante las revoluciones industrial y posindustrial. A medida que la cultura global avanzó hacia la nueva era tecnocientífica, la naturaleza humana se quedó atrás en la era paleolítica [1].
Aquí es imposible no volver a hacer un comentario con respecto a Steven Pinker. En su libro “Cómo Funciona la Mente” [18], dice que si lo volviese a escribir, de pronto reconocería que nuestro comportamiento sí ha cambiado, evolucionistamente hablando después del pleistoceno (2.5 millones a 10,000 años atrás) lo cual no es un punto de vista ortodoxo, pues la mayoría de autores hablan de nuestro Ambiente de Adaptación Evolutiva [7] como algo restringido al pleistoceno. Después del mismo empezó, hace unos 10,000 años atrás, el holoceno, lo cual coincidiría aproximadamente con la revolución neolítica, cuya característica predominante es el comienzo de la domesticación de plantas y animales por parte del hombre. Dado el gradual proceso de “urbanización” que esto conllevo durante el desarrollo de las primeras ciudades, lo cual incluye códigos culturales de conducta (abogacía primitiva) progresivamente más complejos, yo me pregunto: ¿No será que los humanos nos hemos estado auto-domesticando? ¿No será que los humanos más pacíficos, que son capaces de vivir armónicamente en ciudades grandes, han sido favorecidos por la selección artificial de la misma humanidad? De pronto vivir en ciudades no es tan anti-natural como lo expone Desmond Morris en su libro “El Zoo Humano” [26, 27]. Estas preguntas podrían ser respondidas afirmativamente si nos fijamos en otro libro de Pinker llamado “Los Ángeles que Llevamos Dentro” [28] donde este icónico autor demuestra, con evidencia en mano, como la violencia ha declinado durante la historia humana. En otras palabras, y aunque el trabajo de los noticieros es concentrarse en lo negativo, es posible que el presente, sea una el momento de mayor “civilidad” de la humanidad. Pero obviamente nos falta mucho para llegar a ser aceptablemente civilizados de verdad. Volviendo a las épocas geológicas recientes (“ceno” en geología significa reciente), muchos autores piensan que ahora estamos en el antropoceno por el impresionante efecto, negativo, que ha acumulado la humanidad sobre nuestro planeta, especialmente en su biósfera. La detonación de la primera bomba atómica, en el desierto de Nuevo México el 16 de julio de 1945, marcaría el principio del Antropoceno [29] lo cual demuestra aunque nos hemos civilizado mucho a lo largo de nuestra historia, nos falta mucho, pues una especie realmente civilizada no estaría destruyendo el único planeta en el cual en la actualidad puede habitar; la Tierra.
Hasta aquí se ha reseñado el prefacio agregado por EO Wilson a la edición del aniversario número 25 [1], es decir la versión del año 2000 de su libro de Sociobiología. A partir de aquí se empieza a reseñar el primer capítulo de dicho libro, que es exactamente igual en las dos versiones mencionadas del año 1975 y 2000 [1, 2].
En el proceso de selección natural, cualquier carácter que pueda insertar una mayor proporción de ciertos genes en las generaciones subsiguientes llegará a ser preponderante a la especie. Una clase de tales rasgos promueve la supervivencia individual. Otro promueve un rendimiento de apareamiento superior y el cuidado de la descendencia resultante. A medida que se agrega un comportamiento social más complejo por parte del organismo a las técnicas de los genes para replicarse, el altruismo se vuelve cada vez más frecuente y eventualmente aparece en formas exageradas. Esto nos lleva al problema teórico central de la sociobiología: ¿Cómo es posible que el altruismo, que por definición reduce la aptitud reproductiva individual, evolucione por selección natural? La respuesta es el parentesco; si los genes que causan el altruismo son compartidos por dos organismos debido a su ascendencia común, y si el acto altruista de un organismo aumenta la contribución conjunta de estos genes a la siguiente generación, la propensión al altruismo se extenderá a través del acervo genético de la especie en cuestión [2].
Aquí
hay hablar de fitness o aptitud inclusiva para explicar aún mejor el altruismo.
Entra en juego otro concepto clave que es la selección de parentesco o familiar
[31]. Esta última explica
como algunos genes aumentan su proporción en el acervo genético de la población
como resultado de la interacción entre familiares o miembros de un grupo que
comparten genes. La idea es que un individuo se muestra proclive a ayudar en la
supervivencia de otros individuos con quienes tenga genes en común, como lo
pueden ser especialmente sus hijos, u otros miembros de su grupo. Esto se regularía
por la regla de Hamilton de 1964, citado en el libro “Introducción a la
Psicología Evolucionista” de Dylan Evans (London School of Ecomomics) y Oscar Zarate
(ilustrador de este libro que se encuentra en formato comic) publicado
originalmente en 1999 [7]. Dicha regla estaría
ilustrada por la siguiente fórmula:
r>c/b
Donde r es el grado de parentesco (relatedness), c es el costo y b es el beneficioso recibido por el recipiente del acto altruista. En pocas palabras si el grado de parentesco es mayor al costo del favor, un individuo estará más proclive a ayudar a otro, así no reciba recompensa; esto es lo que llama altruismo no-recíproco. Volvemos a la idea de que los genes son egoístas [6, 30], a los mismos lo que les importa (hablando de forma fabulesca pues es obvio que lo genes no tienen intenciones conscientes) es seguirse perpetuándo de generación en generación, sin importar en que individuo en particular estén contenidos [6, 30].
Volviendo a Camus y a la pregunta, "¿El Absurdo dicta la muerte?", dicho filosofo respondió que la lucha hacia las alturas es suficiente para llenar el corazón de un hombre. Este árido juicio es probablemente correcto, pero tiene poco sentido excepto cuando se examina de cerca a la luz de la teoría de la evolución. El complejo límbico-hipotálamo de una especie altamente social, como el hombre, "sabe", o más precisamente, ha sido programado para funcionar como si supiera, que sus genes subyacentes proliferarán al máximo solo si orquesta respuestas conductuales que incluyan una mezcla eficiente de supervivencia personal, reproducción y altruismo. En consecuencia, los centros del complejo sobrecargan la mente consciente con ambivalencias cada vez que los organismos se encuentran con situaciones estresantes. El amor se une al odio; agresión, miedo; expansividad, huida; y así, en mezclas diseñadas para promover, no la felicidad del individuo sino para favorecer la máxima transmisión de sus genes [2].
Por el momento, baste señalar que lo que es bueno para el individuo puede ser destructivo para la familia; lo que preserva a la familia puede ser deletéreo tanto para el individuo como para la tribu a la que pertenece su familia; lo que promueve la tribu puede debilitar a la familia y destruir al individuo; y así, hacia arriba a través de las permutaciones de los niveles de organización. Contrarrestar la selección en estas diferentes unidades dará como resultado que ciertos genes se multipliquen y fijen, otros se pierdan y las combinaciones de otros se mantengan en proporciones estáticas. De acuerdo con la presente teoría, algunos de los genes producirán estados emocionales que reflejan el equilibrio de las fuerzas de selección que se contrarrestan en los diferentes niveles [2]. Sin embargo Sober & David Sloan Wilson de la Binghamton University en el Reino Unido y dentro de su teoría de selección multinivel [32] han argumentado que la selección de grupos puede ser compatible con la selección individual. Un ejemplo claro de esto son nuestros propios cuerpos. Nuestros genes no pelean agresivamente por espacio en los cromosomas. Al contrario, colaboran en su replicación y transmisión colectiva. De la misma forma, las células de nuestro cuerpo no se reproducen sin control a expensas de otras (como lo hacen las células cancerosas) pues esto pondría en peligro al vehículo (nuestro cuerpo). Al contrario, las células de un organismo cooperan entre sí, para el bien del vehículo (organismo). La selección de grupo permite la persistencia de ciertos comportamientos altruistas que aumentan la eficacia biológica de otro a costas de la propia, lo cual no se podría dar si la unidad de selección fuera únicamente el individuo [33]. Sober & David Sloan Wilson argumentan que bajo ciertas circunstancias es posible que los grupos de animales funcionen como vehículos sobre los cuales puede actuar la selección [32].
Entonces, se ha planteado un
problema de filosofía ética (uno de aquellos abordados por Camus) para
caracterizar la esencia de la sociobiología, la cual por lo tanto se define
como el estudio sistemático de las bases biológicas de todo comportamiento
social. Por el momento, se centra en las sociedades de animales no humanos,
pero la disciplina también se ocupa del comportamiento social nuestros
ancestros y las características adaptativas de la organización en las
sociedades humanas contemporáneas más primitivas [2].
Con respecto a la mala recepción que tuvo el capítulo de comportamiento humano de la Sociobiología en sectores marxistas, quiero contar una anécdota personal. A mediados de 2010, al finalizar un curso para los estudiantes de maestría en filosofía en la Universidad del Valle en Cali-Colombia, a mí como asistente ya con el grado de maestría (Máster en Ciencias Biomédicas) se me exigió, como los demás, hacer una exposición sobre comportamiento humano. Yo quería hacer mi Doctorado (PhD) en filosofía inocentemente pensando que esto me ayudaría a unificar mis superficiales y dispersos intereses intelectuales. El profesor Wiligon, llamémoslo así, iba a ser mi tutor doctoral y me pasó literatura francesa (su PhD lo hizo en este país) que un buen amigo me ayudo a traducir. Duramos como dos semanas traduciendo ese material del francés al español para al final hacer una exposición. Hasta que al final me dije – pero yo no estoy de acuerdo con lo que estos autores hablan del comportamiento reproductivo humano y todo lo que lo rodea - . Entonces hice mi propia exposición sobre el tema, pero basado en autores anglosajones, como los que generalmente cito en este, mi blog. Esta exposición que posteriormente publiqué en una revista divulgativa colombiana [39] no le gusto para nada a Wiligon. Era claro que no éramos ideológicamente compatibles por más centrados que tratamos de ser durante nuestras charlas, pues él es de izquierda y yo de derecha y esto quedó patente durante dicha exposición mía. Cuando durante la misma hable de que EO Wilson era interaccionista, Wiligon dijo: - Esas son limosnas hermenéuticas - . Es decir, pequeñas concesiones interpretativas que se le conceden a las personas que no están de acuerdo, en este caso con EO Wilson. Este autor, como la gran mayoría de los que estudian en comportamiento humano, no desconocen el papel de la cultural y verdaderamente son interaccionistas. Es la interacción genético-cultural lo que explica el resultado, es decir el comportamiento humano. Desconcer esto es como negar la fórmula más básica de la genética:
F
(Fenotipo, es decir la forma o comportamiento observable) = Genotipo (Genética)
+ Ambiente (que el en el caso del estudio del comportamiento humano es
preponderantemente la cultura). F = G + A.
Volviendo a los genes egoístas, expresión que como ya se dijo fue popularizada por Richard Dawkins [6, 30] y hablando en forma de fábula pues obviamente los genes no tienen en consciencia, no les importa la felicidad del organismo donde habita. Solamente les importa pasar en generación en generación, repito. Y cuando una persona se reproduce, además de ayudar a que la plaga humana que tiene enferma al planeta siga creciendo, está cayendo en el mencionado juego de los genes. De esto también se concluye que por ejemplo el envejecimiento es algo que está, en su mayor parte, programado genéticamente, pues si no hay recambio generacional los genes no podrían evolucionar y se extinguirían. A los genes no les conviene habitar en un organismo que viva indefinidamente pues no podrían seguir saltando de generación en generación, repito. La prueba de esto está en que la longitud promedio de la de vida de las diferentes especies o grupos biológicos es diferente. Entonces, en teoría se podría diseñar un organismo que no envejezca y que, si nada contundentemente trágico le pasa, podría vivir indefinidamente. Gracias a los adelantos en salud en el último siglo, la expectativa vida ha aumentado considerablemente, y de pronto algún día podríamos llegar a producir humanos que no envejezcan, y dejar de caer en la mencionada treta de los genes.
Gracias por leer este extenso post y prometo que trataré de mantenerme en esa multilínea de investigación asentada en el nombrado territorio entre biología y humanidades.
1. Wilson EO. Sociobiology: The New Synthesis. 2 ed. Cambridge (MA)-USA. Harvard University Press; 2000.
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