Psicología Evolucionista de la Selección de Pareja(s)
La psicología evolucionista es la combinación
de dos campos de la ciencia: la biología evolucionista y la psicología
cognitiva (teoría computacional de la mente) y no ha de confundirse con
psicología evolutiva pues esta última es psicología del desarrollo de un
individuo. La psicología evolucionista en cambio mira como la selección natural
ha moldeado el comportamiento de nuestro linaje (Dunbar et al., 2011; Evans
& Zarate, 2010; Pinker, 2008, 2009). Los comportamientos conducentes
a la selección de pareja (s) que aquí se exponen corresponden a sus
configuraciones biológicas por defecto y no por esto son justificables pues
esto sería caer en la “Falacia Naturalista”, la cual consiste en argumentar que algo es bueno
porque es natural (Pinker, 2002, 2008, 2009).
Además estos comportamientos son altamente modificables por la cultura.
Todo en biología tiene que ver evolución, y todo en esto último tiene que ver con reproducción. La misma asegura que los genes sean pasados a la siguiente generación. Un organismo es solo la forma por medio de la cual los genes hacen más copias de sí mismos (Dawkins, 1993). La mayoría de especies se reproducen sexualmente y la selección sexual es el segundo tipo de selección propuesto por Charles Darwin (Dunbar et al., 2011).
El sexo es algo costoso en
cuanto a recursos y tiempo. ¿Por qué no nos reproducimos partenogenéticamente
como clones? Tradicionalmente se ha creído que el sexo evolucionó para aumentar
la variabilidad de la descendencia y mejorar así la probabilidad de que algunos
sobrevivan ante un cambio ambiental. Pero Pinker (2008, 2009) dice que este no debe ser el caso, pues un organismo
ya adaptado a un ambiente, no va a sobrevivir si el mismo cambia drásticamente.
Hasta ahora la mejor teoría es que la reproducción sexual es una defensa contra
patógenos y parásitos (Hamilton et al., 1990;
Tooby, 1982). La idea es que entre nosotros, los organismos grandes, y
los virus, bacterias y demás microorganismos patógenos, se ha establecido una
carrera armamentista evolucionista, en la cual los hospederos (nosotros)
desarrollamos mejores sistemas inmunes y los patógenos desarrollan mejores
formas de infiltrarse y hacerse pasar como parte del hospedero para no ser
atacado por su sistema inmune. Pero los virus y microorganismos tienen vidas muy cortas, tasas de mutación más altas y tamaños poblacionales
enormes, por lo cual pueden evolucionar mucho más rápido que nosotros los
hospederos (Freeman & Herron, 2002).
La reproducción sexual es una forma de cambiar los “cerrojos” inmunes en cada
generación.
El sistema de apareamiento
humano es diferente al de cualquier otro animal, pero eso no escapa a las leyes
que gobiernan estos sistemas. Somos mamíferos, por lo cual la inversión por
parte de las hembras es mayor que la de los machos. Las mujeres contribuyen con
9 meses de embarazo, unos dos o tres años de cuidado maternal, entre muchas
otras cosas. Los machos contribuyen con unos minutos de sexo y una cucharada de
esperma. Los hombres somos en promedio 1.15 veces más grandes que las mujeres,
lo cual indica que durante nuestra evolución los hombres han competido por las
mujeres, con la consecuencia de que algunos se aparean más y otros no, todo lo
cual resulta en una tendencia a la poliginia (poli = varios gino = hembra)
según Low (2001). Un indicativo, por lo
menos en simios (gibones, orangutanes, gorilas, chimpancés y humanos) de que
tan fieles o promiscuas tienden a ser las hembras de una especie es el tamaño
de los testículos (Weckerly, 1998). Las
hembras de chimpancés tienden a ser promiscuas y tendrá más posibilidad de que
el espermatozoide que fertilice el óvulo pertenezca al macho que más semen le
introdujo, por lo cual los chimpancés tienen testículos inusualmente grandes
para su tamaño corporal. En contraste, un gorila tiene un tamaño de cuatro
veces el de un chimpancé, pero sus testículos son cuatro veces más pequeños,
pues las hembras del harem de un gorila macho no tienen oportunidad de copular
con otros machos porque estos tienen el doble de su tamaño y monopolizan a sus
hembras. Los hombres tenemos testículos más pequeños, en relación con nuestro
tamaño corporal que los chimpancés, pero más grandes que los de los gorilas, lo
cual indica que las mujeres no son desenfrenadamente promiscuas, pero tampoco
son monógamas todo el tiempo. Los infantes humanos dependen de sus padres por
un período mucho mayor que otras especies, pues nacemos de forma prematura y
además el aprendizaje es muy importante y por lo tanto más largo en el tiempo
en nuestra especie. Entonces los niños, además del cuidado de sus madres,
necesitan de los recursos de sus padres, quienes entre otras cosas han
proporcionado carne para su desarrollo. Esto es muy importante, pues sin
proteína animal, el cerebro humano no se desarrolla adecuadamente.
Como sucedió en
humanos, el cuidado parental puede evolucionar cuando las crías son vulnerables
y fáciles de defender por el padre, y cuando el padre, con relativa facilidad,
pueda proporcionar comida concentrada como la carne. Cuando la evolución
produce padres devotos, el juego del apareo cambia. Una hembra puede escoger a
un macho basándose en la habilidad y voluntad de este último en invertir en las
crías. En este caso los machos no son los únicos que compiten por las hembras,
estas últimas también lo hacen por los machos ¿será por eso que nuestra especie
las mujeres son el sexo más vistoso? Pero la competencia es diferente entre los
sexos: los hombres van a competir por mujeres fértiles dispuestas a copular, y
estas van a competir por machos que estén dispuestos a invertir recursos en las
crías. Hay que hacer una aclaración. Como en la mayoría de especies de
mamíferos, en las ancestrales sociedades de cazadores y recolectoras, los
territorios y sus recursos eran defendidos por los machos. Así, cuando un macho
tiene más recursos para invertir (es decir tiene un mejor territorio), a las
hembras les puede ir mejor compartiendo a un macho ganador, lo cual resulta en
arreglos poligínicos, porque una fracción de una buena cantidad de recursos de
un macho ganador, puede ser mejor que todos los recursos de un macho perdedor.
La competitividad entre
machos, y lo selectivo de las hembras, están presentes en virtualmente todo el
reino animal. La selección sexual predice que los miembros del sexo que menos
invierte energía biológica en reproducción (los machos) van a competir por los
miembros del sexo que más invierte en reproducción (las hembras). Un óvulo
humano es 85,000 veces más grande que un espermatozoide (Wilson, 2004). Las consecuencias de este dimorfismo gamético (los
gametos son las células sexuales como óvulos y espermatozoides) se ramifican en
toda la biología y psicología del sexo humano. Una mujer solo nace con unos 400
óvulos, de los cuales un máximo de alrededor de 20, se pueden convertir en
bebés. Al contrario, un hombre libera unos 100 millones de espermatozoides con
cada eyaculación. Una vez lograda la fertilización, el compromiso meramente
físico de un hombre ha terminado, y ambos sexos se benefician por igual pues la
representación de los genes de cada miembro de la pareja en la descendencia es
la misma (50%)
El éxito reproductivo de
los machos varía y el mismo depende de la cantidad de hembras a las cuales
puedan tener acceso, es decir, el éxito reproductivo de los machos se da por
cantidad. El éxito reproductivo de las hembras no depende de con cuantos machos
se apareen, pues en el caso de las mujeres, por ejemplo, las mismas solo se
pueden reproducir una vez por año (gestación y amamantamiento). Es por esto que
el éxito reproductivo de las hembras se por calidad. Teniendo en cuenta esto y
que en el caso de los humanos la crianza de un infante es larga y complicada,
las mujeres tienen mucho más que perder si escogen mal a su pareja, por lo cual
serán mucho más cuidadosas a la hora de elegir. Es por todo esto que el 90% de
las especies de mamíferos son polígamos, más exactamente poligínicos. En los
humanos es un poco más complicado, pues, aunque es obvio que los hombres no
tienden a ser monógamos, tienden a ser más cooperativos en la crianza de los
infantes con respecto a otros mamíferos. Esto limita un poco la posibilidad de
que los hombres busquen otras parejas, por lo cual no es una sorpresa que hagan
mucho énfasis en la fertilidad y potencial reproductivo de la hembra(s) que
escoge(n) (Dunbar et al., 2011; Evans &
Zarate, 2010).
Relacionado con esto, otra
diferencia en cuanto al comportamiento sexual de mujeres y hombres, es que
estos últimos, al más leve indicio de sexo, se excitan (Ellis & Symons, 1990; Moir & Jessel, 1992; Salmon & Symons,
2004). Y este comportamiento ha sido visto en muchas otras especies. No
tendría sentido que las mujeres se excitaran fácilmente al ver la foto de un
hombre desnudo, pues una mujer fértil nunca se queda corta en cuanto
pretendientes sexuales, y en ese mercado ella puede buscar el mejor marido disponible
u obtener recursos por sus favores sexuales. Los hombres perciben la desnudez
femenina como una invitación, mientras que las mujeres pueden ven la desnudez
masculina como una amenaza. A diferencia de los hombres, las mujeres no buscan
ver imágenes de hombres desconocidos desnudos con los cuales podrían tener
sexo, por lo cual virtualmente no hay un mercado pornográfico para las mujeres.
El equivalente de la industria pornográfica para las mujeres, son las novelas
románticas, en las cuales el sexo es descrito dentro de un contexto de
emociones y no en una sucesión de cuerpos sacudiéndose entre sí (Pinker, 2008, 2009; Salmon & Symons, 2004;
Snitow, 1979). Esta avidez masculina por la pornografía que está basada
en el hecho de que los hombres quieren tener sexo con la mayor cantidad de
mujeres posible, sin fijarse mucho en la calidad de las mismas. Entre más
grande sea el número de mujeres al cual un hombre tenga acceso sexual, más
descendencia, y parece que nunca es suficiente. Y la cantidad y variedad de
compañeras sexuales aumenta conforme el macho tenga un mejor y más grande
territorio, con buenos recursos para las futuras crías. Esto se llama poliginia
por territorio. En términos culturales, esto se reduce a que entre más dinero
tenga un hombre, tendrá acceso sexual a una mayor cantidad y variedad de
mujeres. Todo esto refuerza el hecho de que nuestra especie tiende a ser
poligínica (Low, 2001). De hecho, este
tipo de arreglo se ha observado en más del 80% de las culturas humanas (Dunbar et al., 2011; Pinker, 2008, 2009). Esto
es cierto incluso cuando aparentemente el arreglo es monógamo. Muchos hombres
acaudalados tienden a tener relaciones monógamas secuenciales divorciándose
para casarse con mujeres más jóvenes que su compañera actual (Dunbar et al., 2011; Evans & Zarate, 2010).
Todo
esto, hace que sea más probable que un hombre le pague a una mujer por tener
sexo y no al revés. En las sociedades de cazadores y recolectores, las mujeres
abiertamente les piden regalos a sus amantes; generalmente carne. Se puede ir
concluyendo que las mujeres tienden a ser sexualmente más fieles que los
hombres, pero eso no quiere decir que sean 100% fieles, de lo contrario los
hombres, por ejemplo, no tendríamos testículos más grandes que aquellos de los
gorilas. ¿Qué gana una mujer con ser un poco infiel? Puede ganar favores y
regalos por parte de sus amantes, o si es lo suficientemente hábil para no ser
descubierta, puede mezclar buenos genes (relaciones fugaces) con la posibilidad
de obtener buenos recursos para ella y sus crías de un hombre acaudalado
(relación estable y larga) y con deseos de proporcionar cuidado paternal (Pillsworth & Haselton, 2006).
Así,
ambos sexos utilizan estrategias de apareamiento de largo plazo (sobre todo las
mujeres) y de corto plazo (sobre todo los hombres). Cuando se trata de buscar
relaciones de corto plazo, a los hombres les gusta las mujeres con un abundante
historial sexual, pues esperan que el pasado se repita en forma de una
conquista fácil. Pero cuando se trata de buscar una relación de largo plazo,
los hombres obviamente prefieren mujeres fieles y juiciosas, para minimizar el
riesgo de resultar proporcionando recursos a una cría que no es propia. Esto es
llamado por Pinker (2009) la dicotomía
prostituta vs virgen.
Cuando
se trata de relaciones de corto plazo, las mujeres pueden fijarse en lo físico,
pero en general, el aspecto físico de un pretendiente no es lo más importante.
El hecho de fertilidad de un hombre no declina tan rápido con la edad como la
de las mujeres, no es un sesgo cultural, y tiene que ver con el hecho que, en
los hombres, salvo algunos casos de andropausia, podemos ser fértiles desde la
pubertad hasta el resto de nuestras vidas, por lo cual, fijándose en el aspecto
físico, una mujer no va obtener mucha información fiable sobre la fertilidad de
un hombre.
Entre otras cosas
asimetrías ya explicadas y dado que una mujer no se puede deshacer de un hijo
tan fácilmente como lo puede hacer un hombre, ellas deberían ser capaces de
diferenciar entre un hombre que busca una estrategia de apareamiento a largo
plazo vs otro que busque una estrategia de apareamiento a corto plazo. Las
mujeres que no pudieran hacer esta distinción corrían el riesgo de ser madres
solteras, lo cual bajaba las probabilidades de que la cría sobreviviese. La
selección natural dotó a las mujeres con varios mecanismos mentales para
ayudarles a evitar este destino. Además de tener los módulos mentales
detectores de mentiras hipertrofiados con respecto a los de los hombres, uno de
estos mecanismos son las tácticas dilatorias de las mujeres. Estas últimas
tienden a ser más cautelosas que los hombres a la hora de tener sexo. Este
tiempo de espera le permite a la mujer por ejemplo extraer recursos materiales
del hombre para probar su compromiso con ella. Esto le permite a la mujer
asegurarse de que un hombre está interesado en una relación de largo plazo y
que no está simplemente buscando sexo para una noche solamente.
¿Cómo solucionaron
nuestros ancestros el problema de seleccionar parejas con “buenos” genes y
evitar aquellos con “malos” genes? Evolucionaron formas indirectas de medición
como la sensibilidad a pequeñas diferencias en la apariencia física. Por
ejemplo, entre más simétrico sea un cuerpo, en promedio serán mejores los genes
de tal individuo pues la simetría es genéticamente difícil de lograr (Evans & Zarate, 2010).
Si una mujer se
guía solamente por la capacidad de un hombre en colaborar con la crianza, se
guiará por claves que el candidato sea bueno consiguiendo recursos, lo cual en
sociedades de cazadores/recolectores se mide principalmente en la habilidad de
un hombre para ser un buen cazador. En sociedades agrícolas e industriales esto
se reduce a cuanta riqueza tenga el candidato (Dunbar
et al., 2011; Evans & Zarate, 2010). Y aunque lo siguiente es
modificable por la educación, es por todo lo anterior que las mujeres tienden a
ser hierogámicas según Wilson (2004) o
hipergínicas según Dunbar et al. (2011).
Es decir, tienden a buscar hombres con más estatus socio-económico-cultural. Lo
anterior, sumado al hecho que las mujeres maduran más y más rápidamente
especialmente desde el punto de vista de la inteligencia social emocional (Goleman, 2004; Joseph, 1996), tiene como
consecuencia que las mujeres tiendan a buscar hombres que son mayores que ellas
con caracteres físicos más desarrollados, dentro de los cuales es protagonista
la estatura.
Si estas preferencias
evolucionaron por selección natural, deben ser universales para todas las
culturas. Buss (1995)
diseñó un cuestionario y se lo dio a más de 10,000 personas de 37 países en
seis continentes y cinco islas. El cuestionario lo respondieron personas de
sociedades tanto monógamas como poligínicas, tradicionales y liberales,
comunistas y capitalistas. Los resultados indican que, tanto para hombres como
mujeres, es muy importante la inteligencia, bondad y comprensión. Este estudio
también demostró, que a lo largo de los países, hombres y mujeres difieren
consistentemente en otros criterios de escogencia de pareja. Las mujeres
valoran más la capacidad de ganar dinero que los hombres; las mujeres le
asignan un mayor valor al estatus, ambición y laboriosidad. Y más aún, valoran
la confiabilidad y estabilidad más que los hombres. Estos resultados han sido
replicados varias veces (Pinker, 2008, 2009).
Se
encontró que las mujeres no estaban dispuestas a salir o tener sexo con un
hombre vestido con indumentaria de bajo nivel. Pero que estaban dispuestas a
considerar todas estas relaciones con un hombre vistiendo ropas de alto nivel,
incluso cuando era el mismo hombre en todas fotos. La predicción evolucionista
sobre las preferencias femeninas por los hombres con recursos fue confirmada.
Como en la mayoría de estudios sobre las diferencias entre hombres y mujeres,
los datos obtenidos Buss (1995) mostraron
un gran traslape en los puntajes de cada sexo. Sin embargo, la diferencia entre el promedio de los puntajes masculinos vs los femeninos fue significativa.
Los hombres,
universalmente, prefieren compañeras más jóvenes. La explicación evolucionista
para esto es que el éxito reproductivo está mucho más relacionado con la edad
en las mujeres que en los hombres. En las mujeres la fertilidad llega a su pico
al principio de sus 20s, declina después de los 30 y cesa absolutamente durante
la menopausia, lo cual probablemente les sucedía a las mujeres de la edad de
piedra a los 40s cuando la dieta era menos nutritiva. Por todo esto los hombres
valoran mucho más los signos de juventud y belleza en una mujer que lo que
estas lo hacen en los hombres (Evans &
Zarate, 2010). Es por eso que los hombres estamos destinados a
convertirnos en unos “viejitos verdes”, pues conforme avanzamos en edad,
nuestra edad objetivo siguen siendo mujeres de 20 años. De todos modos, todavía
hay muchas personas que piensan que los estándares de belleza son enteramente
artefactos culturales. Pero en las últimas décadas se ha ido acumulando
evidencia que muestra que hay muchas preferencias estéticas que son innatas y
universales.
Aunque
son tendencias universales, es obvio que pueden ser moderadas por la cultura.
Antes, todas estas pistas físicas eran una indicación de las salud, fertilidad
y potencial reproductivo, pero las mujeres actualmente tienen menos bebes, los
tienen más tarde, están mejor nutridas y están menos expuestas a las duras
condiciones ambientales a las cuales estuvieron expuestas las mujeres
ancestrales de sociedades de cazadores y recolectoras. Como consecuencia de
todo esto, las mujeres actuales pueden parecerse físicamente a adolescentes
ancestrales, estando ya entradas en años. Y además la industria cosmetológica y
de belleza femenina en general puede exagerar estos rasgos indicativos de
juventud y fertilidad. Aunque los criterios de selección de pareja por parte de
los hombres son universales y por ende no son una conspiración de estos para
oprimir a las mujeres como lo argumentan las feministas, esto no quiere decir
que la industria de la belleza sea completamente inocua. El estar
constantemente a viendo gente bonita en los medios de comunicación, puede
recalibrar nuestra escala de preferencias, y nos puede hacer sentir feos, lo
cual obviamente afecta más a las mujeres que a los hombres; y en casos extremos
puede llevar a desarrollar desordenes psico-digestivos como la anorexia y la
bulimia.
Estás claves de belleza
física que los hombres buscan en las mujeres pueden estar también relacionados
con el concepto de neotenia, el cual en términos generales se refiere a la
retención de caracteres infantiles en los adultos. Los humanos somos una
especie neoténica pues somos chimpancés neoténicos que no completan su
desarrollo y nos reproducimos como juveniles. Según Desmond Morris (1995) los hombres somos
comportamentalmente neoténicos (nos comportamos como niños) pero físicamente
maduramos más que las mujeres. En las mujeres sucede todo lo contrario.
Comportamentalmente maduran más y más rápido que los hombres, pero físicamente
son más neoténicas.
Cuando se está buscando un compañero de largo plazo, tanto mujeres como hombres buscan una pareja fiel. Sin embargo, celamos de una forma diferente. La voluntad para invertir recursos en las crías por parte de los machos es una preocupación para las mujeres, por eso ellas tienden a celar por recursos (Buss et al., 1992). Las mujeres siempre están seguras que un hijo es suyo, por lo cual la mera infidelidad sexual no les preocupa tanto. Lo que realmente les produce celos es la infidelidad emocional. El que su hombre tenga una amiga del alma hacia la cual se estén desviando recursos. Los hombres celamos por todo lo contrario. Para los hombres es mucho más preocupante una infidelidad sexual que una infidelidad emocional dado que los riesgos para nosotros son mayores (Buss et al., 1992) porque la mujer puede quedar embarazada por parte del otro hombre, y su compañero comprometido puede terminar invirtiendo mucho tiempo y energía en un niño que no lleva sus genes. Obviamente a nadie le gusta que su pareja tengo sexo o sea muy afectuosa con otra persona, pero las razones cambian de acuerdo al sexo. A los hombres no les gusta que sus compañeras sean afectuosas con otro hombre porque eso las puede llevar a tener sexo con otro hombre. Al revés, las mujeres no les gusta que su hombre tenga sexo con otra mujer porque eso puede llevar a que su hombre sea afectuoso con su amante (Pinker, 2008, 2009).
Aunque suene banal, una de
las formas más exitosas por medio de las cuales lo psicólogos evolucionistas
han examinado las preferencias a la hora de escoger pareja en humanos es
analizando los avisos clasificados publicados por personas que buscan pareja.
En general las mujeres que ponen clasificados de este tipo, buscan por encima
de otras cosas, dos claves en los hombres: estatus económico y aquellos que se
muestren dispuestos a invertir tiempo, energía y recursos significativos en una
relación. Al contrario, los clasificados publicados por hombres solitarios
muestran una fuerte inclinación hacia la belleza física de la mujer que están
buscando (Dunbar et al., 2011). Los
hombres buscan mujeres jóvenes y atractivas físicamente hablando, y las mujeres
buscan seguridad financiera, altura y sinceridad. Las mujeres sí leen los
perfiles de los anunciantes. Los hombres solo miran las fotos. Incluso mujeres
con grandes salarios, posgrados y carreras prestigiosas y exitosas, le ponen un
valor incluso mayor al estatus de un candidato para esposo (Pinker, 2008, 2009).
Conclusiones:
El
estudio de las tácticas de selección de pareja en humanos está todavía en su
infancia. Nos hemos concentrado en algunos de sus aspectos más estudiados. Se
debe señalar también que las personas obviamente no se fijan en un solo
carácter para tomar decisiones con respecto a la escogencia de pareja(s), sino
se basan en un complejo arreglo de características para tomar estas decisiones.
Podemos acercarnos a definir unos cuantos puntos clave que influencian la
escogencia de pareja(s), pero estas decisiones ocurren en un mundo complejo en
el cual existe por ejemplo la presencia de rivales y más importante aún, como
cualquier conjunto de comportamientos, está altamente influenciado por la
cultura.
Literatura
Citada
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